Por ejemplo, rara vez estoy contento. En la última reunión no lo estuve en absoluto, porque intenté volar sin duda demasiado alto, y estos aleteos tal vez no fueron lo que les habría dicho si todo hubiese estado bien preparado. Sin embargo, algunas personas benevolentes, las que me acompañan a la salida, me dijeron que todo el mundo estaba contento. Posición, supongo, muy exagerada. No importa, así me dijeron. En ese momento, por lo demás, no quedé convencido. Pero, ¡vamos! Me hice esta reflexión: si los otros están contentos, eso es lo principal. En esto difiero yo de un planeta.
No es simplemente que me hago esta reflexión, además es verdad: lo esencial es que ustedes estén contentos. Diré aún más: al serme corroborado que estaban contentos, pues bien, Dios mío, me puse contento yo también. Pero, de todos modos, con una pequeña diferencia. No del todo contento contento. Hubo un espacio entre ambos. En el lapso de darme cuenta de que lo esencial es que el otro esté contento, yo habría seguido con mi no-contento.
Entonces, ¿en qué momento soy verdaderamente yo? ¿En el momento en que no estoy contento, 0 en el momento en que estoy contento porque los otros están contentos? Cuando se trata del hombre, tal relación entre la satisfacción del sujeto y la satisfacción del otro-entiéndanlo bien, en su forma más radical-siempre está en tela de juicio.
Quisiera que el hecho de tratarse, en esta ocasión, de mis semejantes, no les engañe. Tomé este ejemplo porque me había jurado tomar el primero que apareciera tras la pregunta con que los dejé la vez pasada. Pero espero hacerles ver hoy que sería errado creer que se trata aquí del mismo otro que ese otro del que a veces les hablo, ese otro que es el yo, o, para ser más precisos, su imagen. Aquí hay una diferencia radical entre mi no satisfacción y la satisfacción supuesta del otro. No hay imagen de identidad, reflexividad, sino relación de alteridad fundamental.
Hay que distinguir, por lo menos, dos otros: uno con una A mayúscula, y otro con una a minúscula que es el yo. En la función de la palabra de quien se trata es del Otro.
Lacan, J; Seminario 2, El yo en la teoría de Freud, clase 19, 1955
Hablar a pesar de todo es la única manera… ¿De gozar?”
Barahona, E (2007), Manuescrito no publicado
Miraré el goce desde Lacan partiendo desde Freud, para entenderlo y cuestionarlo (o abrir una nueva relación) es necesario partir desde el postulado freudiano de energía psíquica, donde Freud postula que el ser humano esta atravesado (Atravesado por la falta) por la aspiración constante, jamás realizada de alcanzar el fin de la felicidad absoluta. Desde el Seminario 2, El yo en la teoría de Freud encuentro un indicador interesante:
“Rara vez estoy contento (…) porque intenté volar sin duda demasiado alto, y estos aleteos no fueron lo que les habría dicho si todo hubiese estado bien preparado”
Esta aspiración podemos asimilarla al Deseo (¿satisfecho o insatisfecho?). Según J.D. Nasio (1992) esta felicidad absoluta reviste diferentes figuras, entre las cuales esta la de un hipotético placer sexual absoluto experimentado durante el incesto. Esta aspiración que se denomina deseo, este impulso originario en las zonas erógenas del cuerpo, genera un estado penoso de tensión psíquica. (Cinco lecciones sobre la teoría de Jacques Lacan). Esta tensión, tanto o cuanto mayor sea la pulsión afectara insoslayablemente la actividad psíquica, ante el aumento de tensión el deseo se vera envuelto en dos vías: Vía de la descarga (Donde la energía se libera y se disipa), vía de la retensión (Donde la energía se conserva y se acumula). Se puede imaginar o plantear un tercer destino de la energía psíquica (estado netamente hipotético, jamás realizado por el deseo) un estado hipotético de descarga total.
Hecho este breve recorrido es que busco plantear una suerte de emparejamiento o de establecer un paralelo a l que plantea Lacan en relación al goce. Por un lado encontramos el goce fálico (Energía disipada, descarga parcial) donde se “abre-cierra” el acceso del goce al exterior. Por otra vía encontramos un “plus” de goce (Goce que permanece retenido al interior del sistema psíquico) al cuál el falo le impide la salida. El “plus” me llevaría a pensar que la parte de la energía psíquica no descargada, ese goce residual, es un exceso que incrementa constantemente la intensidad de la tensión interna. Y un tercer momento donde es posible pensar un Goce del Otro, pensando en un caso ideal, en el cual la tensión habría sido totalmente descargada, goce que el sujeto supone a otro, siendo el otro un ser supuesto. La falla estructurante del sujeto y la hiancia que comporta el deseo humano, determinan que la verdad del goce que nos habita resulte velada como en los misterios. Esto supone la operación de los nombres del padre y la vía hacia lo simbólico que ella habilita. Señalar el trabajo de reorganización que operó Jacques Lacan sobre el padre del Edipo freudiano, implica situar el trayecto seguido por él en relación al Nombre del Padre a lo largo de su obra, hasta orientar el psicoanálisis lacaniano en un más allá.
En un primer momento, ubicado en la concepción de la metáfora paterna; otro momento, en el viraje que plantea el paso del mito a la estructura, como así también, el movimiento que va de lo singular a lo plural; y por último, la conceptualización del padre en relación a la causa. La interrogación ¿Qué es un padre? que recorre el Seminario 4 “Las Relaciones de Objeto” (1956-1957), es la manera que Lacan nos propone de abordar la cuestión del significante del padre. A esta altura hace recaer el acento principalmente sobre el registro simbólico. De lo que se trata en los comienzos del Edipo, es que el sujeto se enfrente al orden simbólico que hace de la función del padre el centro de toda la organización simbólica, ya que la función del padre es la de ser un significante que sustituye al primer significante que es el deseo de la madre. Esta vía de intervención del padre como sustitución es la metafórica. Entonces, a través del arribo a la formalización de la metáfora paterna, es decir concibiendo el Nombre del Padre como metáfora; Lacan traduce el Edipo freudiano en escritura. Es así como sitúa en un orden de discurso las cuestiones del padre, al ubicar el pasaje del saber mítico a lo que es de estructura. Si bien Freud tuvo que construir un mito moderno como Tótem y Tabú para explicar que, si subsiste algún padre ha de ser el padre muerto, el padre asesinado; Lacan define la equivalencia freudiana -del padre muerto como la condición del goce para todo sujeto-, como operador estructural. Es en este sentido que el mito se trasciende y pasa a ser un enunciado de lo imposible, cuyo signo de lo imposible es que el padre muerto sea el goce. Es allí que Lacan puede decir que gracias a Freud se consigue ir más allá de lo que el mismo Freud habría puesto bajo la forma del asesinato del padre, ya que si desde el origen el padre está castrado, entonces la castración no puede tener su inicio en el padre. Entonces define la castración como una operación real, introducida por el significante que determina al padre como real imposible y da como resultado la causa del deseo. A partir de esta formalización el padre queda designado como S1, significante amo que, en cuanto tal, es pura función lógica vaciada de lo mítico y definido como operador estructural. Lacan opera una relativización del Nombre del Padre en el pasaje del singular al plural, y lo conduce a ubicar la categoría del significante amo, diciendo que en tanto tal, cualquier significante puede sostener la función. Según nos enseña Lacan, en el inicio, la pulsión se gesta en la demanda del Otro y el sujeto se constituye alienándose en el campo del Otro, soporte, además, de un reconocimiento imprescindible. Vínculo, lazo, relación, conjunto, organización, grupo son algunas de las denominaciones con las que se nombra en nuestra cultura, la relación del sujeto con el otro. Al mencionarlas no estamos hablando de una relación dual narcisista sino de aquella que siempre incluye la terceridad de la castración.
Hecha esta aclaración, continuamos. Pensamos el campo de lo vincular como un “entre”, entre dos, entre nos, que tiene cualidades agregadas respecto de los sujetos que lo componen porque en la relación del sujeto con el otro hay un plus, un suplemento que remite a un espacio de combinatoria que será original en cada lazo. Trama que alude a la complejidad producida por el “entre nos” y a la eficacia sobre los sujetos involucrados bajo su órbita en lo real, lo simbólico y lo imaginario. Este conjunto en donde se juega el lazo del sujeto con el otro real sostiene cierta combinatoria deseante y las relaciones fantasmáticas que adjudican posiciones para cada integrante del mismo. Espacio donde se anudan y desanudan el amor, el deseo y el goce de cada uno y un vacío. No tenemos con que vincularnos, lo hacemos desde la falta que intentamos velar y develar para amar, desear y gozar dentro del orden fálico. Cuando falta la falta, gozamos desamarrados.
Vayamos al texto, al escrito de Lacan: “Entonces, ¿en que momento soy verdaderamente yo? ¿En el momento en que no estoy contento, o en el momento en que estoy contento porque los otros estan contentos?” Este párrafo nos incluye el pensar que es deseo es del deseo del otro, Lacan se ha dedicado a centrar de nuevo los descubrimientos freudianos en torno a la noción de deseo y a volver a colocar este concepto en el primer plano de la teoría analítica. Dentro de esta perspectiva, se ha visto inducido a diferenciarlo de conceptos tales como el de necesidad y el de demanda, con los que a menudo se confunde. El deseo nace de la separación entre necesidad y demanda; es irreductible a la necesidad, puesto que en su origen no es relación con un objeto real, independiente del sujeto, sino con la fantasía; es irreductible a la demanda, por cuanto intenta imponerse sin tener en cuenta el lenguaje y el inconsciente del Otro, y exige ser reconocido absolutamente por él (¿Identidad o diferencia?). Vuelvo al escrito de Lacan donde nos manifiesta: “Lo esencial es que ustedes esten contentos. Diré aun más: al serme corroborado que estaban contentos, pues bien, Dios mío (otro), me puse contento yo también”. El concepto de deseo ocupa una posición central en el pensamiento de Lacan al sostener que "el deseo es la esencia del hombre"; el deseo es al mismo tiempo el corazón de la existencia humana y la preocupación central del psicoanálisis. No obstante, cuando Lacan habla de deseo no se refiere a cualquier clase de deseo, sino siempre al deseo inconsciente, es por esto que lo interesante es que en el trayecto del goce al deseo, este implica siempre la presencia del otro, la presencia de la experiencia del Otro primordial. Dirá Lacan: “Aquí hay una diferencia radical entre mi no satisfacción y la satisfacción supuesta del otro. No hay imagen de identidad, reflexibidad, sino relación de alteridad fundamental”. Aunque la verdad acerca del deseo está presente en alguna medida en toda palabra, la palabra nunca puede expresar la verdad total sobre el deseo: siempre que la palabra intenta articular el deseo, queda un resto, una demasía, que excede a la palabra. Por lo tanto: “En la función de la palabra de quien se trata es del Otro”, agrego en lo particular: del Otro primordialLa necesidad es un instinto puramente biológico, un apetito que surge de los requerimientos del organismo, y que se elimina por completo (aunque sólo temporariamente) cuando es satisfecho. El sujeto humano que nace en un estado de desamparo, es incapaz de satisfacer sus propias necesidades, y por lo tanto depende del Otro para que lo ayude a hacerlo. A fin de lograr la ayuda del Otro, el infante tiene que expresar sus necesidades vocalmente: la necesidad tiene que articularse como demanda. La tensión entre la dialéctica del deseo y la inercia pulsional gravita sobre toda la enseñanza de Lacan. De un lado el deseo y sus vías de acceso, el desciframiento de los significantes que configuran el texto inconsciente para el sujeto. De otro, la pulsión y su atípica satisfacción, el goce, lo que escapa al significante, el trabajo silencioso que de decir algo diría “eso quiere gozar”, gozar al margen del Otro, pues el Otro no es el partenaire de la pulsión. Pero del goce conocemos lo que el sujeto habla, lo que el sujeto ha conectado al significante. Es a partir de estas coordenadas que el dispositivo analítico posibilita un trabajo inédito con la palabra y el silencio en la transitoriedad entre el deseo y el goce.
Barahona, E (2007), Manuescrito no publicado
Miraré el goce desde Lacan partiendo desde Freud, para entenderlo y cuestionarlo (o abrir una nueva relación) es necesario partir desde el postulado freudiano de energía psíquica, donde Freud postula que el ser humano esta atravesado (Atravesado por la falta) por la aspiración constante, jamás realizada de alcanzar el fin de la felicidad absoluta. Desde el Seminario 2, El yo en la teoría de Freud encuentro un indicador interesante:
“Rara vez estoy contento (…) porque intenté volar sin duda demasiado alto, y estos aleteos no fueron lo que les habría dicho si todo hubiese estado bien preparado”
Esta aspiración podemos asimilarla al Deseo (¿satisfecho o insatisfecho?). Según J.D. Nasio (1992) esta felicidad absoluta reviste diferentes figuras, entre las cuales esta la de un hipotético placer sexual absoluto experimentado durante el incesto. Esta aspiración que se denomina deseo, este impulso originario en las zonas erógenas del cuerpo, genera un estado penoso de tensión psíquica. (Cinco lecciones sobre la teoría de Jacques Lacan). Esta tensión, tanto o cuanto mayor sea la pulsión afectara insoslayablemente la actividad psíquica, ante el aumento de tensión el deseo se vera envuelto en dos vías: Vía de la descarga (Donde la energía se libera y se disipa), vía de la retensión (Donde la energía se conserva y se acumula). Se puede imaginar o plantear un tercer destino de la energía psíquica (estado netamente hipotético, jamás realizado por el deseo) un estado hipotético de descarga total.
Hecho este breve recorrido es que busco plantear una suerte de emparejamiento o de establecer un paralelo a l que plantea Lacan en relación al goce. Por un lado encontramos el goce fálico (Energía disipada, descarga parcial) donde se “abre-cierra” el acceso del goce al exterior. Por otra vía encontramos un “plus” de goce (Goce que permanece retenido al interior del sistema psíquico) al cuál el falo le impide la salida. El “plus” me llevaría a pensar que la parte de la energía psíquica no descargada, ese goce residual, es un exceso que incrementa constantemente la intensidad de la tensión interna. Y un tercer momento donde es posible pensar un Goce del Otro, pensando en un caso ideal, en el cual la tensión habría sido totalmente descargada, goce que el sujeto supone a otro, siendo el otro un ser supuesto. La falla estructurante del sujeto y la hiancia que comporta el deseo humano, determinan que la verdad del goce que nos habita resulte velada como en los misterios. Esto supone la operación de los nombres del padre y la vía hacia lo simbólico que ella habilita. Señalar el trabajo de reorganización que operó Jacques Lacan sobre el padre del Edipo freudiano, implica situar el trayecto seguido por él en relación al Nombre del Padre a lo largo de su obra, hasta orientar el psicoanálisis lacaniano en un más allá.
En un primer momento, ubicado en la concepción de la metáfora paterna; otro momento, en el viraje que plantea el paso del mito a la estructura, como así también, el movimiento que va de lo singular a lo plural; y por último, la conceptualización del padre en relación a la causa. La interrogación ¿Qué es un padre? que recorre el Seminario 4 “Las Relaciones de Objeto” (1956-1957), es la manera que Lacan nos propone de abordar la cuestión del significante del padre. A esta altura hace recaer el acento principalmente sobre el registro simbólico. De lo que se trata en los comienzos del Edipo, es que el sujeto se enfrente al orden simbólico que hace de la función del padre el centro de toda la organización simbólica, ya que la función del padre es la de ser un significante que sustituye al primer significante que es el deseo de la madre. Esta vía de intervención del padre como sustitución es la metafórica. Entonces, a través del arribo a la formalización de la metáfora paterna, es decir concibiendo el Nombre del Padre como metáfora; Lacan traduce el Edipo freudiano en escritura. Es así como sitúa en un orden de discurso las cuestiones del padre, al ubicar el pasaje del saber mítico a lo que es de estructura. Si bien Freud tuvo que construir un mito moderno como Tótem y Tabú para explicar que, si subsiste algún padre ha de ser el padre muerto, el padre asesinado; Lacan define la equivalencia freudiana -del padre muerto como la condición del goce para todo sujeto-, como operador estructural. Es en este sentido que el mito se trasciende y pasa a ser un enunciado de lo imposible, cuyo signo de lo imposible es que el padre muerto sea el goce. Es allí que Lacan puede decir que gracias a Freud se consigue ir más allá de lo que el mismo Freud habría puesto bajo la forma del asesinato del padre, ya que si desde el origen el padre está castrado, entonces la castración no puede tener su inicio en el padre. Entonces define la castración como una operación real, introducida por el significante que determina al padre como real imposible y da como resultado la causa del deseo. A partir de esta formalización el padre queda designado como S1, significante amo que, en cuanto tal, es pura función lógica vaciada de lo mítico y definido como operador estructural. Lacan opera una relativización del Nombre del Padre en el pasaje del singular al plural, y lo conduce a ubicar la categoría del significante amo, diciendo que en tanto tal, cualquier significante puede sostener la función. Según nos enseña Lacan, en el inicio, la pulsión se gesta en la demanda del Otro y el sujeto se constituye alienándose en el campo del Otro, soporte, además, de un reconocimiento imprescindible. Vínculo, lazo, relación, conjunto, organización, grupo son algunas de las denominaciones con las que se nombra en nuestra cultura, la relación del sujeto con el otro. Al mencionarlas no estamos hablando de una relación dual narcisista sino de aquella que siempre incluye la terceridad de la castración.
Hecha esta aclaración, continuamos. Pensamos el campo de lo vincular como un “entre”, entre dos, entre nos, que tiene cualidades agregadas respecto de los sujetos que lo componen porque en la relación del sujeto con el otro hay un plus, un suplemento que remite a un espacio de combinatoria que será original en cada lazo. Trama que alude a la complejidad producida por el “entre nos” y a la eficacia sobre los sujetos involucrados bajo su órbita en lo real, lo simbólico y lo imaginario. Este conjunto en donde se juega el lazo del sujeto con el otro real sostiene cierta combinatoria deseante y las relaciones fantasmáticas que adjudican posiciones para cada integrante del mismo. Espacio donde se anudan y desanudan el amor, el deseo y el goce de cada uno y un vacío. No tenemos con que vincularnos, lo hacemos desde la falta que intentamos velar y develar para amar, desear y gozar dentro del orden fálico. Cuando falta la falta, gozamos desamarrados.
Vayamos al texto, al escrito de Lacan: “Entonces, ¿en que momento soy verdaderamente yo? ¿En el momento en que no estoy contento, o en el momento en que estoy contento porque los otros estan contentos?” Este párrafo nos incluye el pensar que es deseo es del deseo del otro, Lacan se ha dedicado a centrar de nuevo los descubrimientos freudianos en torno a la noción de deseo y a volver a colocar este concepto en el primer plano de la teoría analítica. Dentro de esta perspectiva, se ha visto inducido a diferenciarlo de conceptos tales como el de necesidad y el de demanda, con los que a menudo se confunde. El deseo nace de la separación entre necesidad y demanda; es irreductible a la necesidad, puesto que en su origen no es relación con un objeto real, independiente del sujeto, sino con la fantasía; es irreductible a la demanda, por cuanto intenta imponerse sin tener en cuenta el lenguaje y el inconsciente del Otro, y exige ser reconocido absolutamente por él (¿Identidad o diferencia?). Vuelvo al escrito de Lacan donde nos manifiesta: “Lo esencial es que ustedes esten contentos. Diré aun más: al serme corroborado que estaban contentos, pues bien, Dios mío (otro), me puse contento yo también”. El concepto de deseo ocupa una posición central en el pensamiento de Lacan al sostener que "el deseo es la esencia del hombre"; el deseo es al mismo tiempo el corazón de la existencia humana y la preocupación central del psicoanálisis. No obstante, cuando Lacan habla de deseo no se refiere a cualquier clase de deseo, sino siempre al deseo inconsciente, es por esto que lo interesante es que en el trayecto del goce al deseo, este implica siempre la presencia del otro, la presencia de la experiencia del Otro primordial. Dirá Lacan: “Aquí hay una diferencia radical entre mi no satisfacción y la satisfacción supuesta del otro. No hay imagen de identidad, reflexibidad, sino relación de alteridad fundamental”. Aunque la verdad acerca del deseo está presente en alguna medida en toda palabra, la palabra nunca puede expresar la verdad total sobre el deseo: siempre que la palabra intenta articular el deseo, queda un resto, una demasía, que excede a la palabra. Por lo tanto: “En la función de la palabra de quien se trata es del Otro”, agrego en lo particular: del Otro primordialLa necesidad es un instinto puramente biológico, un apetito que surge de los requerimientos del organismo, y que se elimina por completo (aunque sólo temporariamente) cuando es satisfecho. El sujeto humano que nace en un estado de desamparo, es incapaz de satisfacer sus propias necesidades, y por lo tanto depende del Otro para que lo ayude a hacerlo. A fin de lograr la ayuda del Otro, el infante tiene que expresar sus necesidades vocalmente: la necesidad tiene que articularse como demanda. La tensión entre la dialéctica del deseo y la inercia pulsional gravita sobre toda la enseñanza de Lacan. De un lado el deseo y sus vías de acceso, el desciframiento de los significantes que configuran el texto inconsciente para el sujeto. De otro, la pulsión y su atípica satisfacción, el goce, lo que escapa al significante, el trabajo silencioso que de decir algo diría “eso quiere gozar”, gozar al margen del Otro, pues el Otro no es el partenaire de la pulsión. Pero del goce conocemos lo que el sujeto habla, lo que el sujeto ha conectado al significante. Es a partir de estas coordenadas que el dispositivo analítico posibilita un trabajo inédito con la palabra y el silencio en la transitoriedad entre el deseo y el goce.
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