Encontramos sobre un muro un escrito que versa acerca de dos significantes fundamentales en la relación que el amor propone. Madre e hijo se presentan como figuras clave para pensar en el amor, en el amor en tanto fórmula y en tanto palabra.
La palabra madre se funda en relación a la existencia de un hijo, mas, en el texto citado, lo que se instala como referente ante dicho enunciado, a saber, el lugar de hijo, articula una tríada de ilaciones. Hijo se es de madre y también se es hijo de puta. Ahora, la ecuación se complejiza en la medida que una frase se intercala produciendo un corte que propone una forma otra en su anudamiento. Si lo que subtitula al significante madre es el enunciado “hay una sola” y a esto le sigue la sentencia “hijo de puta”, la madre no tiene más alternativa que serlo siendo, a su vez, puta. Madre y puta quedan entonces como significantes concatenados ante un tercero, hijo, significantes sustituíbles sobre un mismo referente. Así la madre queda en el lugar de puta.
Este texto plantea un problema lógico que habla de lo femenino, de la madre, de la puta, de su hijo y de las relaciones resultantes en la formulación planteada. De qué muro se trata entonces, si la ligazón de amor del significante hijo, queda indistintamente vinculada a los significantes madre y puta. Es un muro que cerca y acerca.
Si la relación de hijo a madre encuentra como vía equidistante la de hijo a puta, lo que vacila es el muro que da muerte a un deseo, que no sea el de ser hijo, dirigido a una madre, en tanto objeto. El comercio, el intercambio, ya no es efecto de una prohibición, comercio y prohibición ocupan un lugar homólogo.
Sin embargo, la inscripción de la madre como una, patenta la prohibición de que sea ésta la mujer del hijo, si madre hay una sola, ésta queda vedada como partenaire sexual para quien es hijo. Puede ser hijo de puta, mas es un objeto fuera de su alcance, no hay comercio posible aquí, entre hijo y puta. De este modo, el muro se cimienta sobre la operación de escritura como lo que se edifica entre la madre y el hijo, cercando así la relación.
Palabras de amor, palabras de amar, palabras de madre
[1], palabras que prolongan ese amor imposible entre madre e hijo. No hay muerte para ese a-mor, es infinito en tanto existe en ese muro que lo sostiene y a la vez detiene, limitando tanto a la madre como al hijo.
De este modo, los significantes madre e hijo, quedan como remitente y reminiscencia de ese amor primero, mítico, donde se presta materia a la posibilidad de que, en ese muro, algo de esa relación se inscriba – madre-hijo - , algo quede imposibilitado en el enunciado
– puta (madre)-hijo - y algo quede sin decirse, en suspensión - ... -.
El muro como lugar de indiferencia.
Es madre y puta.
Es mujer y muchacha.
El muro como lugar de diferencia.
Lugar de palabra
entre madre e hijo.
Lo masculino y el amorHablar es convocar al otro. La palabra se constituye como la perpetua cita; y así, el discurso trae el pasado al presente. La historia y la poesía están íntimamente ligadas, la primera es la esencia de la segunda y ambas componen la temporalidad. Como dice Juan Bañuelos: “La poesía es el aparato respiratorio de la imaginación” (comentario personal, febrero de 2001). Es así como al hablar, y en este caso el escribir, se hace para el Otro, desde el Otro, en el Otro. Ese Otro hecho por una proyección de una imagen especular. También puede sostenerse que se habla solo, con un doble reflejado. Lo que pretendemos que es un monólogo es en realidad un diálogo, sin que lo anterior signifique que exista la comunicación. ¿Pero existe el amor? ¿Hay amor en la frase de nuestro ejemplo? Si está en un muro a la vista de la colectividad algo de reconocimiento demanda y la demanda está en el plano de lo imaginario de lo que se hace para y por los otros entonces sí hay amor en esta frase y desde luego que existe. El deseo es deseo del Otro. La demanda, que es de amor y de reconocimiento es siempre circular
Volvamos a la frase. Si toda creación se realiza en varios planos —de algunos de los cuales el creador no es enteramente consciente— y si lo que generalmente tomamos por el tema de una frase puede ser sólo una de las muchas apariencias del tema verdadero, a través de las cuales el escritor nos invita a un trabajo de descubrimiento, Madre hay sólo una, hijo de puta puede entenderse como una advertencia pero quiero, en este momento llevar la advertencia a terrenos del amor, pero más específicamente del amor en términos de la lógica masculina.
Un hombre escribió esta frase en algún muro de la ciudad. Parece un insulto pero lo que pone de relieve es que no olvida a su madre y se la recuerda a otro, al hijo de puta. La frase recuerda el drama que por muchas mujeres que se tengan, nuca habrá la relación incestuosa que prohíbe el Edipo freudiano. La frase dice que por muchas mujeres que se tengan siempre hay una que está fuera de toda posibilidad. No hay la mujer, hay una madre. Hay un objeto metonímico que muda constantemente en los objetos imaginarios. El drama del amor consiste en hacer, en un momento determinado, a un objeto como el más perfecto, el más importante, el más valioso. El objeto se libidiniza —según Freud—o se vuelve fálico —según Lacan—. Ya sea que la energía libidinal recubre un objeto o ya sea que un objeto se encarna como causa de deseo, nosotros sabemos que el deseo no permanecerá allí todo el tiempo y que instará al sujeto a establecer otra búsqueda y a por este proceso lógico a encontrar otro objeto. El falo es lo que permite al sujeto tramitar la castración, tramitar eso que de otro modo sería insondable. De alguna manera esta imposibilidad parece justificar los fracasos amorosos que la vida le tenga reservada a cada uno y paradójicamente. El falo hace posible la escritura y recordarnos que Madre sólo hay una y que estamos en esa incesante búsqueda de amor tan nítida como sus puntos suspensivos.
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Lo femenino y el amor: “La mujer como no toda”Lacan lo introdujo en el texto El atolondradicho (L’Etourdit) en 1972 – y ello concierne a lo que es el sexo en los seres que estamos sujetos al lenguaje. Lacan replantea aquel forzamiento freudiano que consiste en aplicar a la mujer el "nivel fálico" que rige para el hombre. Pero veamos qué comporta este no toda. El sexo pone en evidencia diferencias que no son sólo anatómicas, y si Freud descubre que la diferencia anatómica está significantizada y reducida en el inconsciente a la problemática del tener o no tener falo, en sí mismas, las pulsiones ignoran la diferencia sexual. Lo que requiere toda una elaboración sobre el deseo sexuado; en las complejas fórmulas de sexuación que Lacan desarrolla, lejos de una identificación biológica, elabora una lógica de lo que en los seres es o no nombrado por el falo. Cada sujeto se ubica a un lado o a otro, a través de su palabra. El sexo no se corresponde con lo biológico sino con una posición discursiva; el proceso de sexuación no proviene de la biología ni de la cultura, sino de la lógica del lenguaje. Lo que se establece es que si bien el hombre está completamente en el orden simbólico, en la mujer el límite imposible/real no existe, pues la mujer no está totalmente en el orden fálico; por eso no hay universal femenino… no existe LA mujer. Múltiples y fundamentales precisiones surgen de todo esto: en primer lugar, las dos faltas de lenguaje –la incompletud de lo masculino es la falta del referente, de una presencia Real que podría actuar como el fundamento que le da soporte al sistema. En segundo lugar, la inconsistencia de lo femenino es la imposibilidad de totalizar los términos dentro del sistema debido a la pura diferencialidad del significante.
La mujer es así lo Otro del lenguaje, de la universalización. Como resultado de esta contingencia, no sólo es indeterminada la existencia de la mujer en el orden fálico, sino que se enfatiza doblemente la importancia de lo particular. Porque no hay fórmula universal (necesaria) para la relación entre los sexos, las sociedades individuales inevitablemente intentarán instituir una ley que suplemente esa falta proclamando una definición general de tal relación, bien sea la de la sujeción de la mujer al hombre en los patriarcados tradicionales, la igualdad entre los sexos que constituye el ideal de muchas sociedades democráticas, o la subordinación del hombre por la mujer en algunas formas de utopía del matriarcado. Con Lacan, estas propuestas se hacen precarias; como falla del sistema, la excepción –el "no-toda" femenino– intentará romper con cualquier conceptualización o regulación fálica, en la mujer, lo accidental es lo esencial y - nunca jamás habrá dos mujeres iguales – Nos preguntamos entonces:¿Qué habrá con el goce femenino?
El lado femenino de la lógica de la sexuación no es complementario –y eso es lo importante– al masculino, no es un goce complementario al goce fálico, sino suplementario y contingente. Suplementario porque no es un goce que pudiéramos añadir al fálico para obtener la unidad –aquello de la "otra mitad", utopía que ya sabemos por los textos culturales, que hemos discutido en clases, que no dice nada. Más preciso aún, no es un goce que pudiéramos añadir al fálico para obtener la unidad, y es contingente porque puede presentarse en ocasiones, a veces, o nunca. Esta es la lógica del que no está toda bajo la ley del falo. Es la negación de lo Universal –"no existe ninguna que diga no a la función fálica" no constituye el límite en el que un Universal de lo femenino podría fundarse. Por no existir ese límite es no toda; es un goce dual, está en el goce fálico pero tiene además acceso a un goce suplementario. No puede por tanto establecerse un Universal femenino. Y este punto, a nuestro modo de ver, transforma todo campo de estudio, disciplina o teoría que se funde en universales. Por eso Lacan ha dicho que L/a Mujer –con mayúsculas– no existe; axioma que ha causado furor en el feminismo.
Volvamos a nuestra breve historia. Todo ello no quiere decir que no haya mujeres, ni que no haya copulación –ya con el amor el problema se complica, en aquello de que amar es "dar lo que no se tiene"…el objeto a. El hecho de que no haya en lo simbólico ningún significante que pueda escribir el goce propio de lo femenino hace que una mujer no se identifique con su sexo, sino identificaciones que expresan la falta de consistencia del rasgo y develan la imposibilidad de definir un modelo femenino. La paradoja de todo este entramado simbólico –que no por paradójico es menos real, sino que es real porque es paradójico– es que la locura de la mujer es buscar una universalidad que no encuentra, porque si la encontrara caería en la psicosis. Otra vez Lacan lo enuncia críptica e irónicamente: "Todas las mujeres son locas y es también por eso que no todas, es decir, locas del todo, sino más bien flexibles, hasta el punto de que no hay límites en las concesiones que cada una hace con un hombre de su cuerpo, de sus bienes, de su alma". Lo que nos hace creer que son locas en su modo de amar en demasía. Esta desmesura constituye el horizonte de la literatura.
Es posible pensar que “Dios” es el soporte de ese goce –Dios es el nombre para lo que no hay palabra, el nombre de un vacío, de una ausencia, y ese amor se sostiene ofreciendo el cuerpo en sacrificio. El místico, como sabemos, recurre al rechazo de los objetos de deseo para interrumpir la relación entre el cuerpo y la satisfacción, y hay una proliferación de escritura como trazo de ese deseo. La escritura permite lo que es imposible decir, lo cual coloca al místico en una ubicación especial respecto al lenguaje, viéndose obligado continuamente a forzar los límites de la significación.
Pensando desde el muro expuesto en nuestro caso, es preciso comenzar con algunas conceptualizaciones de la familia, quizás para entramar la lógica de: madre-mujer-deseoUna familia es el lugar en el que algunos otros y algunos significantes vienen a representar al Otro, y también el campo en el que el sujeto se ubica respecto del sexo –de la no-relación– y de los modos inconscientes de elección de objeto. Se va a ir definiendo como un entramado de significantes, de bienes y de goces –modos de satisfacción pulsional–, que introduce el problema del malentendido entre los goces particulares. Por ello, podríamos decir que la familia es un malentendido sobre el goce, una heterogeneidad entre diversos modos de gozar, entre diversos modos inconscientes de inscribir lo familiar que no se recubren.
En el malentendido entre los sexos hay dos que no se entienden ni se escuchan. De un lado, la “norma macho” –que equivoca el francés con normalidad (norma mâle)– hace que él goce del órgano y que nada quiera con el decir sobre la verdad en el que ella insiste. Del otro lado, el decir verdadero, enigmático y loco de una mujer. El goce no conviene a la relación sexual porque en cuanto tal es Uno y no establece ninguna relación con el Otro. Hay sólo malentendido. Hay encuentro pero es contingente; hay un cierto prestarse de ambos lados pero que no hará el todo, el Uno. La pareja parental, además del Nombre-del-Padre y el Deseo de la Madre, se halla habitada por la diferencia entre los sexos, matriz de los interrogantes del sujeto sobre el goce del padre y de la madre en tanto hombre y mujer. La función de resto que sostiene y mantiene la familia conyugal implica poner en cuestión la causa del deseo del padre y lo femenino de la madre. La sexualidad femenina y la figura del padre son los límites a los que arribó el pensamiento freudiano.
Freud consideró que la única evolución posible de la libido en la mujer era su transformación en madre y situó el éxito de la satisfacción en el matrimonio, destinándola a ser madre también de su marido. La destina a ser sólo madre. Sin embargo, hay que diferenciar entre una mujer ubicada como sólo madre, y una de la que se puede decir que es madre sola. La devaluación progresiva del Nombre-del-Padre puede llevar a una mujer a ubicarse como madre sola en relación con su fantasma, dándole al niño un padre ideal antes que un padre imperfecto pero de la realidad. El niño puede tomar el lugar de objeto a en el fantasma de la madre y aparecer como aquel que podría darle la fortuna de no tener que referirse a la contingencia de encontrarse con un hombre al que siempre podría perder. La evolución a la que asistimos, en tanto se han ido perdiendo gradualmente los lugares de referencia que indicaban lo que le estaba destinado a la mujer –el hogar y el cuidado de los niños– hace emerger muchas veces, el anhelo o la postergación de estar con un hombre o tener un niño. Asistimos hoy a una configuración típica femenina cuando la mujer llega al límite biológico de la maternidad: si quiere un hijo tiene que apurarse a encontrar un hombre digno de ser padre, salvo que la elección sea tener un hijo sola. Pero ¿cómo saber que un hombre es digno de ser padre antes de tener un hijo?. La disyunción entre buscar un hombre y buscar un padre produce una significación nueva, la significación de la mujer como sujeto supuesto saber qué debe ser un padre. Existe hoy una disociación entre matrimonio y maternidad; se trata de cuidar un niño sola y estas son las nuevas sintomáticas de cambios de discurso que hacen a la categoría de madre soltera. No es lo mismo cuidar a un niño sola que cuidar sólo un niño para cuidar el goce fálico.En la variedad habita una verdad: las respuestas al sexo no resuelven el malentendido. Esta varidad no se da sólo en el uno por uno sino también en las variadas y variables respuestas al malentendido en la pareja y en la familia.
En la época del Otro que no existe y de la querella de los universales, la decadencia y caída del padre es una de las principales causas de las nuevas presentaciones sintomáticas, de los modos en que hombres y mujeres dan su respuesta a la cuestión del sexo, de las conformaciones familiares, de las maneras de asumir la maternidad y la función paterna.
Este Muro nos trae un texto acerca del problema relativo a la subjetividad de quien lo escribe, subjetividad que se las tendrá que ver fundamentalmente con la Madre y la Mujer, entre la Madre y la Mujer, abriendo aquí un espacio en una página compleja.Denominaremos a este lugar "El Sujeto en la encrucijada". Agregamos acerca de la Encrucijada lo que La Enciclopedia Ilustrada de la Lengua castellana-SOPENA- dice: paraje o lugar en que se cruzan dos o más calles o caminos / ocasión que se aprovecha para causar daño a alguien, emboscada, maquinación, acechanza / dilema.La experiencia del inconsciente no depende de la edad cronológica y esto es un principio. Nos pregunto entonces acorde al muro ¿Qué quiere la Mujer que hay en la Madre del escrito? Nos arriesgamos a decir que la encrucijada Mujer/Madre es la que posibilita y determina la encrucijada del que escribe el texto. La Mujer es la encrucijada. Porque hay Mujer en la encrucijada hay alguien en la encrucijada.
Podríamos pensar que en el nudo de quien raya el muro estaría esta división compleja, que acontece en la Madre y que aparece como detenimiento en quien escribe. De la Madre es el deseo, el deseo de la Madre el que, como concepto, incluye la función del padre, el que posibilita que una mujer esté dividida entre su ser madre y su ser .La metáfora paterna da cuenta de la respuesta del sujeto ante el deseo de la madre ¿qué quiere ella?. Con la metáfora paterna se rompe con la pretensión de la relación dual armónica entre madre e hijo. Introduce la incidencia del falo articulado a la castración en el proceso de subjetivación. El niño tiene la responsabilidad de interpretar el deseo de la Madre ¿qué quiere mi Madre?...¿qué cosa soy para ella?
El goce fálicoAl leer esta frase de forma separada es posible hacer otro ejercicio que no sea únicamente la analogía madre-puta, y que nos lleva a la lógica del goce fálico.
“Madre hay una sola”
Esta frase manifiesta la creencia en la existencia de una excepción, de un Uno distinto a todos, de Una madre única que se diferencia de todas las mujeres, lo que forma parte de la lógica masculina en los esquemas de la sexuación y del goce fálico.
Manifiesta el goce fálico, ya que se trata de un goce limitado, en el que para todo hombre, hay una mujer que es prohibida, que es la madre, prohibida por efecto de la castración, la que limita la relación incestuosa madre-hijo, de la que nos habla Feud.
Si existe esta limitación en el goce, es porque existe un Uno que no esta limitado, una excepción que accede a un goce ilimitado, la cual puede ser encarnada por el padre, quien accede a la madre y que limita el acceso de el hijo a ella, lo que queda representado de manera implícita en la frase.
Por su parte la siguiente frase:
“Hijo de Puta”
Se refiere al hijo de una prostituta, es decir, una mujer que es de “todos” los hombres, lo que subraya la existencia de un conjunto de hombres, en el cual, no hay uno que no escape a la función fálica, y la posibilidad de acceder a esa mujer que no está prohibida, porque no es la madre propia, sino la madre de otro, por lo que es posible acceder aunque para el otro esté prohibida.
El goce fálico se refiere a un goce ligado a la palabra, efecto de la castración que espera y se consuma en todo hablante, goce lenguajero, semiótico, fuera del cuerpo, que no es libre, pero que existe. Un hombre no puede acceder a la propia madre, pero si a toda mujer madre de otro, la que es vista como “puta”, es decir una mujer accesible a todos, y por tanto dispuesta como un objeto a alcanzar. Dado esto, toma sentido la expresión que dice que un hombre ama una mujer en tanto puede hacerla objeto de su deseo y ponerla en ese lugar de objeto, accesible, posible y por tanto para todos.
A partir de estos dos significantes sobre la mujer dentro del discurso masculino, se puede ver reflejada la lógica del goce fálico dentro del lado masculino del esquema de la sexuación, donde existe una excepción que castra, limita el goce y el acceso a la madre y a la vez crea el conjunto de los hombres que se reúnen por el hecho de que no hay uno que no escape a la castración.
El goce OtroPor otro lado, desde la lógica femenina, vislumbramos el goce Otro.El goce Otro es lo que se articula en un más allá del falo, de lo simbolizable, mas allá de lo que pueda quedar acotado y establecido bajo ciertos límites, parámetros y referencias.
El goce Otro en relación con la lógica fálica, es lo no acotable bajo éste último, lo que, como lo real, es imposible de simbolizar. Y dentro de los esquemas de la sexuación del seminario 20, Lacan propone al goce Otro como del lado femenino.
Es en este sentido, en este muro, los puntos suspensivos, luego del hijo de puta...; nos da la impresión de que lo que intenta quedar plasmado en el muro, es aquello que no alcanza a decirse, lo que no acotan las palabras, lo indemostrable. Lo real. El goce Otro muestra lo radical del goce en la mujer, goce que no se localiza en un órgano, como en el lado masculino, ni tampoco en lo que se dice, sino que se trata en esta imposibilidad, en estos puntos suspensivos, de dejar escrito lo no articulable en términos de significantes.
Que el goce otro esté relacionado a lo femenino según Lacan, tiene implicancias desde el “devenir mujer” freudiano en relación al Edipo, como en ser mujer de acuerdo a una lógica estructural, en tanto modo de existencia. De acuerdo a esto, en Freud existe en su teorización del Edipo, a la madre como una salida edípica, de lo femenino como una opción, equiparando hijo a pene. Si así fuera, la mujer quiere lo que no tiene, la mujer lo que quiere es querer. Si sólo fuera de esta manera, su goce estaría absolutamente referido al goce fálico. Madre hay una sola refleja eso: para que sea idealizada y se escriba esa frase, tuvo que existir una mujer que haya cumplido esa función y que por lo tanto haya estado referida a este goce fálico a través de ese hijo, una mujer que haya quedado ligada solo a la demanda. Su posición de dominio la acerca al rasgo que Lacan destaca en la Madre para el niño pequeño: todopoderosa. Pero,¿ todas las mujeres son madres ejemplares? ¿Existe La madre? Eso viene a reflejar que existe otra cosa, otras mujeres, otras maneras de tratar de definirla. Pero la mujer como tal no existe, no hay referencia, no hay un universal que la contenga. Es decir, que el goce femenino se inscribe en la particularidad de cada una. La mujer está relacionada al falo, pero no exclusivamente, sino que además, está en relación directa con el significante de la falta en el otro. Y es allí, en ese lugar del esquema en donde se articula el goce Otro. La mujer se relaciona con la ausencia además de vérselas con un goce acotado. La mujer viene a cuestionar con este goce Otro los límites del goce fálico. Por eso, respecto de estas posiciones estructurales, no se puede decir exactamente dónde se ubica, ya que está y no está en ninguna de las dos partes. Por eso, de la mujer puede decirse cualquier cosa, ya que puede ser madre, como también puta... ya que la posibilidad es tan variable como mujeres se cuenten. Las mujeres deben tomarse una a una.
Al igual que en la relación hombre mujer, en la relación entre decir y escribir se da lo mismo: algo queda de la mujer que el goce sexual no alcanza a cubrir. Algo queda del lenguaje que en la cadena significante no alcanza a cubrir: el goce Otro. En este sentido se encuentra la imposibilidad de la relación sexual, como también la imposibilidad de decir todo. Se trata de un goce Otro que por eso mismo no es ubicable, no está determinado por una presencia concreta en el cuerpo, en un muro, en palabras, sino que se encuentra allí donde está la ausencia, donde se llega a un punto en que ya no se puede escribir más sobre eso. Los puntos suspensivos tienen que ver con esto. El goce del Otro, sólo lo promueve la infinitud, en palabras de Lacan.
[1] Amar: del latín amare, probablemente de una palabra infantil amma ´madre`. G. Gómez de Silva. Breve diccionario etimológico de la lengua española. 1995. Fondo de Cultura Económica. México.