domingo, 21 de enero de 2007

Sobre narcisismo y otras “hierbas”



Parte I

“Al venir al mundo, lanzaste un gran grito, sin la menor traba, pero más tarde te has visto estrangulado por toda clase de reglas, de ritos y de principios educativos. Tienes por fin la dicha de gritar libremente. Cosa curiosa, no oyes tu voz. Con los brazos abiertos, gritando, jadeando, afanándote, corres, sin percibir ningún sonido.” Gao Xingjian. La montaña del alma


En la Metamorfosis de Ovidio, la versión clásica del mito, Narciso está llamado a un futuro trágico pues su belleza es tan deslumbrante que termina por ser mortífera. La perfección del recién nacido es una interrogante para sus padres. Consultan, entonces, a Tiresias, el adivino. El pronóstico es claro. La situación de Narciso es problemática. No queda más que luchar contra el destino. Puede vivir solo si ignora su hermosura. Por tanto, los padres lo alejan de los espejos y tampoco sostienen su mirada. La salvación de Narciso es no saber como es. Pero Eco, una hermosa ninfa, no sabe de esta situación y cae rendida ante el encanto de Narciso. Pero el amor de Eco se transforma en odio pues Narciso no se conmueve. En este momento la diosa Némesis hace suyo el sufrimiento de Eco. Asume su venganza, su deseo de hacer daño. Entonces, calienta el día de manera que la sed de Narciso es insoportable. Cuando va al río, en el claro del agua, Narciso queda subyugado por su imagen. Su atracción lo paraliza. Entonces muere y se transmuta en una flor.


En un inicio, Narciso no es un narcisista. No sabe que tiene todas las perfecciones que la sociedad valora en los individuos. Sus padres le ocultaron su belleza para salvarlo. Quizá, Narciso debió sentirse feo o poco atractivo. Narciso no puede ser conciente de ese capricho de la naturaleza que es su hermosura. Ignora su capacidad de seducción. Pero lo que parece ser un regalo termina siendo una maldición. Narciso está colocado en una situación extremadamente vulnerable pues su vida depende de no conocer su propia perfección. Todos tendrían que estar de acuerdo en ocultarle la admiración que despierta. Si llegara a descubrir su belleza, su vida quedaría detenida en esa auto complacencia que hace irrelevante todo lo demás. Para vivir, Narciso no puede saber cómo es. Pero, de otro lado, Narciso es tan atractivo que despierta pasiones incontrolables. Así es muy difícil que la fascinación de alguien no le advierta de su ser especial.


Lo inevitable ocurre y Narciso queda prendado de su imagen en el agua. No hay otra realidad, otro interés, que esa belleza. Entonces se deja morir. Narciso está extasiado ante su hermosura. Desde el momento en que la descubre se convierte en Narcisista. Ya no puede haber otro afán que admirarse. El goce es mortífero puesto que se convierte en una pasión excluyente. Quizá Narciso debió morir feliz, embelesado. Todos sus deseos estaban colmados pues todos ellos solo apuntaban a su propia imagen.


No tiene sentido hablar de la responsabilidad de Narciso. En realidad, nunca fue libre, jamás tomó una decisión. Su insólita hermosura lo condena, primero, a ser amado y odiado, y luego, a una pasión por sí que lo aleja de toda otra preocupación humana.

En la leyenda es clara la inocencia de Narciso. Pero en el uso actual del término palpita una actitud de rechazo e intolerancia. El apelativo de “narcisista” implica una condena y un llamado al cambio personal. El narcisista es imaginado como frívolo y egoísta. Alguien que desequilibra los vínculos sociales pues su desmedido aprecio de sí tendría como correlato su menosprecio por los demás. Pretende mucho pero da poco. Su impostura ofende los sentimientos morales de la gente. La sociedad no debería permitir que un narcisista sea feliz. Eso sería algo tan escandaloso como un criminal sin sanción. Es decir, una prueba viviente de la falta de justicia, de la descomposición social. En todo caso se presume que su bienestar no puede ser sólido ni duradero. Su fatuidad no predominará contra la condena del mundo. En definitiva, si no da amor, pues tampoco habrá de recibirlo.


Entre la leyenda clásica y la opinión pública contemporánea media una gran diferencia. Ahora todos, en apariencia, condenan a Narciso. Se piensa que Narciso nunca pudo ser inocente pues hoy resulta inverosímil que alguien pueda ignorar su propio encanto. Además se asume que está en las manos de uno el dejarse llevar por la tentación del orgullo y el desprecio. Desde estas sospechas el término narcisista viene a adquirir esa carga de denuncia y reconvención que hoy entraña. Es un llamado desde una perspectiva que es igualitaria, pero también, seguramente, envidiosa. La idea es que la sociedad debería ignorar las diferencias de talento y hermosura que la naturaleza se encapricha en producir. O las personas favorecidas, en todo caso, deberían resistir la tentación de sentirse por arriba pues generarían las miradas de odio, o los reclamos de justicia, de los menos afortunados. Entonces, por ejemplo, las “celebridades” son admiradas por su encanto pero, al mismo tiempo, esta admiración exige vulnerabilidad, rechaza la arrogancia. Las divas de Hollywood, por tanto, harán bien en mostrarse sencillas y humanitarias. Sólo si dan pruebas de resistir la tentación de menospreciar podrán ser plenamente admiradas. No habrá pretexto para resistirse al imperio de su seducción.


Pero el mensaje de ser humilde y evitar el narcisismo se sitúa a contrapelo de otro mensaje no menos importante: ¡desarróllate! ¡triunfa! ¡se el primero! Digamos que la ideología cristiana comunitaria de donde emana el mandato anti-narcisista de la humildad entra en conflicto con ese otro mandato al éxito y al disfrute. Estos últimos imperativos fluyen del discurso capitalista y su culto a la competencia y al consumo como fundamentos del valor de los individuos. En el mundo contemporáneo la situación es compleja y conflictiva, hasta desgarradora. No obstante, si hubiera un equilibrio entre estos mandatos, algo así como una “síntesis oficial”, esta tendría que ser: triunfar y disfrutar pero teniendo siempre presente a los demás, sin ser narcisista. Tener altas metas y ser reconocido pero evitando la petulancia.

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